Sacerdocio de Mujeres

Por qué las mujeres no pueden ser sacerdotes? ¿No es esto un discrimen? ¿No está la Iglesia relegándolas, como se ha hecho en las culturas antiguas? Ahora que, en nuestra cultura, la mujer está consiguiendo la igualdad con el hombre, ¿no debería la Iglesia también otorgar esta igualdad en la Jerarquía?   
+    Mujeres sacerdotisas no son una novedad. Todas las religiones antiguas las tenían. Excepto una: el judaísmo. La intuición cristiana ha comprendido que esta característica del judaísmo no era una cuestión trivial, y que defender la Escritura (no hay sacerdotisas ni en el AT ni el el NT) es defender la persona humana ¿En qué sentido impedir que haya sacerdotisas es defender la persona humana?
Para entender esto hay que ir al fondo del problema.
+    El fondo del problema es que en la cultura occidental se han producido dos fracturas, que han dejado a las mujeres muy mal paradas. La primera fractura es del vínculo entre sexualidad y matrimonio, que se ha creído tradicionalmente (no decimos que se hayan vivido, estamos hablando de principios morales no de actuaciones). “Separado del matrimonio, el sexo se a quedado fuera de órbita. Se hace un problema y a al mismo tiempo en un poder omnipresente”. Como consecuencia de esta fractura se ha producido, lógicamente, otra: la separación entre sexo y procreación. En primer lugar llegó la cultura anticonceptiva: tener sexo sin tener hijos. Y después la manipulación genética: fecundación artificial, clonación y manipulación genética: tener hijos sin tener sexo. “Se busca transformar al hombre y manipularlo como se hace con cualquier cosa: un simple producto planificado a voluntad” (Ratzinger).
+    La cultura actual es la única en la Historia donde se han dado estas dos fracturas. Y son fracturas en cosas naturales no en cosas culturales.Cuando se desvincula al sexo del matrimonio y de la procreación, éste se queda sin ninguna realidad objetiva que lo justifique y busca entonces una razón subjetiva: el placer como guía, lo que produzca el máximo placer. Desde este punto de vista, cada uno puede escoger le uso del sexo que le da más placer, y esto lo hará válido. Y la consecuencia a la que llegamos será que cualquier forma de vivir la sexualidad será igualmente digna, y por lo tanto igualmente válida. resulta lógico que se transformen en derechos todas las formas se satisfacer la sexualidad. La homosexualidad, que siempre ha existido, ahora se transforma en un derecho (y ¿cómo negarlo con semejantes premisas?).
+        Pero no terminan aquí las consecuencias de estas facturas. Al desgajarse el matrimonio de la procreación, por la quiebra del sexo, la fecundidad ya no se ve como una bendición, sino todo lo contrario, algo que amenaza “el derecho a la felicidad” el individuo. Por lo tanto, surge una obligación nueva de la sociedad que es la de facilitar que la gente no tenga hijos, con campañas antinatalistas.
+        Pero queda otra consecuencia esta fractura que es la que nos va a dar la explicación al problema del sacerdocio para las mujeres. Una vez rota la unidad entre sexo y procreación, ya el sexo no aparece como una caraterística determinante de la presona, como una orientación radical y originaria. Dicen “Qué mas da ser hombre o mujer, todos somos personas”. Esto, que parece tan bonito a primera vista, oculta un grave daño, significa que la sexualidad ya no es algo enraizado en la antropología, sino que es una mera función, que se puede hasta cambiar a voluntad. De aquí se cae un escalón más abajo, que es llegar a concebir a la persona como pura funcionalidad, al simple cumplimiento de un papel. Por ejemplo, consumidor o publicista, etc, de algo que no se relaciona directamente con la diversidad sexual. Entonces se da el siguiente paso: si la vida humana en su aspecto social se reduce a cumplir un papel determinado por la historia y por la cultura, y no por la naturaleza, inscrita en el lo hondo del ser, si las cosas son así, la maternidad no es más que una simple función. Se llega a la trivialización del sexo y de la diferencia sexual. Es una cuestión de dar una función a la sociedad. Visto así, es injusto que sea sola la mujer la que tenga que encargarse ella sola de esa función, de parir y amamantar.    
+        Entonces, las leyes y la ciencia acuden a luchar contra esta “injusticia de la naturaleza”, usando la manipulación genética o incluso el cambio de sexo. Y es en esta lógica que se puede reclamar para la mujer, entre otras funciones masculinas, la del sacerdocio.
+        Primero hay que argüir que, para los cristianos, el lenguaje de la naturaleza es el lenguaje de la moral. Es decir, que nosotros creemos que lo que es natural es bueno. Esto es muy profundo y tiene muchas implicaciones. Por ejemplo, así es como la Iglesia puede saber, en la práctica, qué uso de la facultad generativa es bueno o malo, o qué personas se pueden casar entre sí, o qué forma de distanciar los embarazos sería lícita, o que opinión merece la fecundación in vitro o la clonación, etc; cosas que no aparecen en la Biblia. Esto quiere decir, que si la naturaleza ha establecido dos sexos complementarios entre sí y a la vez, netamente distintos, no se puede violentar a la naturaleza sin estar haciendo un daño a la persona humana, porque, además del vacío moral, la naturaleza siempre se venga.   
+    Pero no solo esto, la mentalidad actual es esencialmente economicista: se valora el producir, los resultados. La persona se desarrolla, sobre todo en su profesión. Pero el economicismo, y el enfoque en resultados, son valores netamente masculinos. Se trata entonces de convencer a la mujer de que se la quiere liberar, y emancipar, induciéndola a masculinizarse, haciéndola homogénea a la cultura de la producción, sometiéndola al control de la sociedad masculina de los técnicos, de los vendedores, de los políticos, donde lo que marca la distinta valía de los distintos individuos es la cantidad de poder que tengan. En el economicismo no se valoran, y hasta se ridiculizan, los valores de ayudar, de consolar, de solidaridad, que son precisamente, las aportaciones propias de la feminidad.
+        Si a esto se une el problema de la falta de fe y de visión sobrenatural, que hace que se vea la Iglesia como un grupo humano más que busca influir sobre el mundo, que busca, en definitiva poder; si se ve así la Iglesia, esto es una razón más para que se quiera que las mujeres tengan también participación en este poder en forma del orden sacerdotal.    Cuando se calme la tempestad cultural y se dé a la feminidad el valor que tiene, y se vea la Iglesia y el sacerdocio en su justa perspectiva, entonces, la cuestión de la ordenación de mujeres quedará como una curiosidad histórica.