Ser “perfecto” pareciera un adjetivo que solo pudiese aplicarse a entes de razón (formas matemáticas, ideas, etc); no a cosas ni, menos aún, a hombres.La perfección a la que nos llama Dios, sin embargo, no consiste ni en sobresalir respecto a los demás, ni en tenerlo todo o hacerlo todo. Consiste en vivir con fidelidad el papel, la vocación, que a cada uno nos toca vivir en la sinfonía de la creación. Real y asequible.