Cómo compaginar la exigencia con la compasión, Ep 34

En el mundo postmoderno, resulta complicado equilibrar la exigencia hacia los demás, ya sea hacia nuestros hijos o estudiantes, con la capacidad de comprender sus dificultades y debilidades. Esto se debe, en gran parte, a que los términos del debate están mal planteados o han sido distorsionados. Sin darnos cuenta, muchas veces analizamos un problema distinto al que realmente deberíamos abordar, lo que nos impide encontrar una solución adecuada para exigir y, al mismo tiempo, comprender.

En este artículo, exploraremos cómo devolver el problema a sus términos originales, y lo sorprendentemente sencillo que puede ser conciliar esta dualidad entre exigencia y comprensión. Analizaremos la compleja relación que existe entre estas dos fuerzas como guías para ayudar a las personas a mejorar.

Exigencia y comprensión: un equilibrio esencial

Exigir y comprender son dos pasos fundamentales cuando queremos ayudar a alguien a mejorar. Pensemos, por ejemplo, en cómo educamos a un hijo pequeño. Le exigimos que aprenda nuevas habilidades, ya sea en el deporte o en el estudio, y lo retamos a superarse. Al mismo tiempo, entendemos su debilidad, la tendencia natural a evitar el esfuerzo que supone mejorar, ya que crecer implica dolor, un “tirón hacia arriba” que desafía la gravedad.

Este equilibrio entre exigencia y compasión, entendida como “sufrir con” el otro, parece simple en teoría. Sin embargo, en la práctica, presenta diversas complicaciones tanto en su implementación como en su concepción teórica. Vivimos en una época donde la exigencia se percibe con recelo, lo que ha dado lugar al fenómeno que podríamos denominar el “síndrome del empleado postmoderno”. Esta percepción errónea de la exigencia refleja, en el fondo, un desengaño con el sueño moderno.

El desengaño del sueño moderno

La idea moderna de que si uno sigue ciertos pasos —estudiar, conseguir un buen trabajo, retirarse y disfrutar de la vida— está perdiendo fuerza entre las generaciones más jóvenes. Estas sienten que el sistema no cumple sus promesas. Se adaptan a las reglas, pero no obtienen los resultados que esperaban. Este sentimiento de desengaño genera un estado de insatisfacción general, una irritación del espíritu.

Cuando una persona está atrapada en este estado de frustración vital, las exigencias, basadas en valores abstractos o ideales, pierden sentido. El individuo se vuelve impermeable a los argumentos tradicionales que apelan a deberes morales o a expectativas sociales. Este “espíritu irritado”, como lo llamamos, no necesariamente implica tristeza, sino más bien una sensación de atrapamiento y falta de sentido en la vida. En este contexto, exigir más puede generar una reacción contraria, incluso una ruptura con las ideas o las personas que promueven esos valores.

El desafío de exigir en la actualidad

En el entorno actual, exigir se ha vuelto más complicado. Las generaciones jóvenes no están dispuestas a esforzarse por valores que consideran obsoletos o irrelevantes. Aunque algunas empresas siguen exigiendo a sus empleados con base en contratos o la amenaza de consecuencias negativas, incluso estas estrategias están perdiendo efectividad. Los incentivos tradicionales, como el salario, ya no son suficientes para motivar a las personas a trabajar más allá de lo mínimo requerido.

Por otro lado, la comprensión y la compasión parecen ser más fáciles de practicar en esta época. La compasión, que implica entender la debilidad del otro y compartir el peso del esfuerzo por mejorar, ha ganado protagonismo. Sin embargo, la compasión sin exigencia no lleva a las personas a superarse. Solo las deja en el mismo lugar, sin avanzar.

La relación entre compasión y rigorismo

El equilibrio entre exigencia y compasión es fundamental, pero a menudo se confunde con otro debate: el de rigorismo versus laxitud. El rigorismo implica una mayor adhesión a normas abstractas y universales, mientras que la laxitud sugiere una mayor flexibilidad para adaptarse a las circunstancias individuales.

Este segundo binomio no debe confundirse con el de exigencia y compasión. Mientras que el rigorismo y la laxitud son posturas en cuanto a la aplicación de normas abstractas, la exigencia y la compasión forman parte de un proceso natural para el mejoramiento personal. El rigorismo tiende a aparecer en comunidades que han tenido que defenderse o reconstruirse en circunstancias adversas, mientras que la laxitud surge cuando las normas generales deben adaptarse a situaciones concretas para ser justas.

Reflexiones finales

En resumen, el binomio de exigencia y compasión es una estrategia fundamental para el mejoramiento humano, pero su aplicación se ha vuelto más difícil en el contexto actual. Las generaciones jóvenes, en su estado de insatisfacción espiritual, encuentran complicado responder a las exigencias tradicionales basadas en valores abstractos. En cambio, la compasión parece ser más aceptable y fácil de practicar.

Los tres puntos clave que podemos extraer de esta reflexión son:

  1. La mejora humana siempre necesita de ambos movimientos: la exigencia y la compasión. No podemos dejar de lado ninguno de los dos.
  2. Actualmente, vivimos en una época en la que es difícil aplicar la exigencia debido a la falta de valores universales por los que las personas estén dispuestas a esforzarse. En cambio, la compasión es más fácilmente entendida y aplicada.
  3. No debemos confundir el debate sobre rigorismo y laxitud con la necesidad de equilibrar exigencia y compasión. El primero es un debate sobre la aplicación de normas abstractas, mientras que el segundo es una estrategia natural para ayudarnos a ser mejores.

En definitiva, aunque vivimos en un contexto histórico que complica la exigencia, no debemos olvidar que el mejoramiento personal y colectivo requiere de ese balance constante entre exigir y comprender.