Hay un problema entendiendo la libertad, porque nos ciega la parte animal, y pensamos que libertad es tener opciones, estar desamarrados. Para un animal, la movilidad (su libertad) es un requisito para poder cumplir su fin, que es vivir y pasar vida.
Pero un espíritu no necesita movilidad. Lo que necesita un espíritu es “ver” la verdad para quererla. Es más feliz el espíritu que ve más.
La libertad es una separación entre la presentación del bien y el impulso a seguirlo.En los animales no hay este espacio: si se les presenta un bien tienden a conseguirlo, según la proporción que tenga con los otros bienes, siguiendo su programa genético, su naturaleza.
Pero el hombre es una mezcla de animal y espíritu. Por lo tanto, para ver cómo es la libertad en él, tenemos que entender en qué consiste la libertad en un espíritu. El espíritu que conocemos mejor es Dios, porque la Revelación nos habla más de Él que de los ángeles.
¿En qué sentido se dice que Dios es libre? Cuando aplicamos una cualidad a Dios es que estamos haciendo una interpolación entre una perfección que descubrimos en el hombre y el dato revelado.
En el hombre, su libertad implica que una vez que se le presenta el bien a su inteligencia, su libertad tiene que decirle a la voluntad que lo quiera.
Por otro lado, cuando decimos que Dios es libre estamos indicando qué no está determinado por otro sino por sí mismo, el se hace a sí mismo: lo que es y lo que hace no ha sido determinado por otro.
Los hombres tenemos una tendencia a ver esto de forma muy animal, y nos creemos que ser libre es no tener amarres. Y entonces llegamos a pensar que la libertad de Dios cosiste en poder querer cualquier cosa. Pero esto es animalizar a Dios. La esencia de la libertad no está en tener opciones, sino en ser uno causa, creador, señor de sí mismo.
Las opciones son un accidente, una manifestacion de la l ibertad en criaturas que tienen materia y tiempo y que, por lo tanto se van haciendo a sí mismas eligiendo entre alternativas. Si eligen bien muchas veces se les desarrolla un hábito, una capacidad de encontrar la verdad, hasta que llega un momento en el que no necesitan las opciones, porque distiguen al bien inmediatamente. A este estado se le llama el Cielo.