¿Cómo se inventó la filosofía?
Desde la pre-historia, el hombre ha buscado explicaciones al mundo y, como consecuencia de esta explicación, una guía sobre cómo comportarse (por ejemplo, cuándo guerrear, o sembrar, cómo educar a un joven, cómo tener contentos a los dioses para que le sean favorables, etc).
Las explicaciones el hombre dio al por qué de las cosas, desde la noche de los tiempos hasta el siglo 6 aC, son llamadas por los historiadores “mitos”: son unas historias, con unos personajes muchas veces sobrenaturales, donde se explican cuestiones como el origen de los pueblos, los fenómenos naturales, los linajes de los reyes, y, cómo debe comportarse el ser humano. Estas explicaciones se iban transmitiendo de una generación a otra de forma oral mayormente, constituyendo la Tradición: la sabiduría que se recibe las generaciones pasadas y que se debe transmitir a las venideras. Para facilitar la comprensión y la transmisión, estos mitos estaban llenos de imágenes fuertes, y muchas veces se convertían en canciones o poemas.
En torno al siglo 13 aC, hicieron su aparición, parece ser que simultáneamente, en varios lugares del planeta, el hierro y la metalurgia: en China, Medio Oriente, Europa, África. Fue lo que se denominó la Edad de Hierro, que duraría hasta la época clásica griega (siglo 6 aC).
Durante esta época aparecieron los primeros alfabetos, y la escritura, lo que impulsó a poner por escrito las grandes tradiciones de cada lugar. El hecho de escribir las historias implicó el comienzo de un proceso de “racionalización de los mitos”, de pensarlos más a fondo y justificarlos mejor. Este proceso se dio de forma concurrente en las grandes civilizaciones entre los siglos 9 y 6: en India (compilación de los Vedas), en China (el Tao) y Grecia (con los poetas homéricos), en Persia (con Zaratrusta), al igual que en las pequeñas, como la Hebrea, donde se fue compilando la Biblia. Como se ve, en esta época dorada del pensamiento, es que las grandes religiones pasaron a ser “sistemas de pensamiento”, conjuntos de ideas ordenadas.
En Grecia, este proceso de racionalización de la tradición mítica se manifiesta, en las obras de Homero (Ilíada y Odisea) y más claramente en Hesíodo (Teogonía), donde se observa un intento genuino de sistematizar las tradiciones.
Los llamados Pre-Socráticos
A partir del siglo 6 aC, toma velocidad este proceso de racionalización, cuando aparecen personas que empiezan a hacerse preguntas más profundas, buscando explicaciones más universales y más consistentes con la realidad, del tipo de ¿cuál es el origen de todo lo que existe? ¿de qué está hecha la realidad? Aunque estas preguntas están respondidas, en cierta medida, en los mitos, las respuestas míticas se empiezan a considerar insuficientes. Todas las civilizaciones se habían dado cuenta de lo efímero lo pasajero y lo cambiante de la existencia de las cosas. Pero los griegos empezaron a preguntarse: pero ¿hay algo permanente en el mundo, debajo de toda esa apariencia de cambio?
Como en la Grecia de esa época se creía que el cosmos era eterno, las explicaciones del mundo no se buscan en su origen temporal, sino en su constitución: ¿de qué está hecha la realidad natural, la fisis?
La pregunta que se trataron de responder los presocráticos no fue una pregunta sobre el hombre como hicieron los indios, ni sobre la sociedad, como estaba haciendo Confucio, en la China de esa época. La pregunta que se hicieron los griegos fue sobre la Naturaleza. Se preguntaron ¿Qué es lo permanente en los cambios? Para decir que algo cambia, tiene que haber algo que permanezca, porque si no, no podríamos predicar que “algo” cambió. ¿Qué es lo que cambia y qué lo que permanece? A lo que permanece en los cambios, y que siempre ha existido, de le llamó el “Principio” (arché, en griego). Se puede apreciar que lo que estaban buscando, ya en estos primeros pasos del pensamiento abstracto, era unas leyes de la naturaleza.
Las respuestas que se dieron a esta interrogante, es lo que constituye la filosofía de los siglos 6 y 5, y que hemos etiquetado como “pre-socrática”, por la unidad temática y de método.
Los jónicos
Los filósofos de Miletos, al oeste de Turquía, Tales (639-547), Anaximandro y Anaxímenes, barajaron respuestas como el principio era el agua, o el infinito, o el aire, respectivamente. Heráclito (540-480 aC), también de esa región, llegó a la conclusión que lo constante era el cambio, en el sentido de una enfrentamiento cíclico (una dialéctica) entre opuestos, como frío y calor, día y noche, etc.
Pitágoras
Pitágoras (571-497 aC) desde Sicilia, propuso que en el fondo de la Naturaleza lo que hay con números, y que las cosas que existen en la Naturaleza son imitaciones de unos números ideales, que existen, puros, en un mundo de las ideas.
Parménides
Parménides, en el sur de Italia, llegó, por el contrario, a la conclusión de que lo permanente era “el ser” y que el cambio no existía. Lo importante al estudiar Parménides no es tanto su conclusión sobre “el principio” de las cosas, sino cómo llegó a ella. En primer lugar, Parménides quiso “pensar” con rigurosidad, y descubrió que hay unos principios o reglas del pensamiento que uno tiene que seguir para evitar las ideas vagas, o contradictorias. Formuló una ley del pensamiento, que luego han aceptado como la principal todos los pensadores, sobre todo los occidentales, que dice: “El ser es, y el no ser no es”, que luego se ha llamado el “principio de no contradicción”. Y la verdad es que si uno se toma muy en serio este principio, efectivamente acaba negando el cambio, el movimiento, porque para pasar de un sitio o otro hay que “dejar de ser”, en cierta medida, y como no se puede dejar de ser porque “el no ser, no es” pues entonces nada puede cambiar, no hay movimiento y, pensando un poco más, no hay pluralidad de seres, solo hay un ser, eterno, inmóvil. Por 25 siglos todos los pesadores de la naturaleza han tratado en el fondo, de contestar a Parménides, en cuanto a cómo sea posible compatibilizar el ser con el cambio. No es tarea fácil. Aristóteles para conseguirlo, lo que hace, en el fondo, es descubrir que hay varios “niveles” de ser: desde el ser de Dios, en el que efectivamente no hay cambio, hasta entes de razón, pasando por seres materiales finitos. En definitiva, lo que hace es “mezclar” un poquito de no ser con el ser: descubrió la analogía del ser.
El segundo punto importante Parménides es la confianza absoluta en lo que la razón le decía. Cuando se enfrentó con el hecho de que los sentidos le presentaban constantemente el cambio, no dudó en concluir que los sentidos no nos ofrecen la verdad y la razón sí.
Empédocles
Empédocles, de Sicilia (494-434 aC), trató de unificar las visiones de Heráclito y Parménides, diciendo que hay 4 elementos que son principio de todo: agua, aire, fuego y tierra: estos elementos están continuamente mezclándose por causa de dos fuerzas elementales que hay en la Naturaleza: el amor, que une las cosas, y el odio que las separa. Nuestros sentidos perciben el constante cambio en las cosas, pero, por abajo, en el fondo, solo hay agua, aire fuego y tierra, elementos inmutables y eternos.
Anaxágoras
Todos los anteriores filósofos se pueden clasificar como “monistas” en el sentido de que piensan que toda la realidad es de un solo “tipo” que podríamos etiquetar de “material” o, mejor dicho, que toda la realidad tiene un único principio. Esto quiere decir que no dividían la realidad entre un ámbito material y otro no-material (espiritual, formal, mental, etc). Con Anaxágoras (500-428) ya nos movemos de Italia a Atenas, y ya empieza a despuntar algo del dualismo que veremos
en los socráticos, que existe una realidad espiritual, distinta de la material. Su explicación de la composición de lo material no es muy lúcida. Piensa que un pedazo de madera está hecho, en lo íntimo, de “semillitas” (spermata) de todas las demás cosas que existen en el mundo: roca, sangre, viento, etc. Pero lo interesante es que habla ya que de todas esas semillitas son puestas a caminar por un “nous” por una mente. Este nous mueve a las partículas, pero no es movido por nadie. Es una causa incausada e inmutable, de una realidad algo distinta de la partículas. Pero no tiene ni intención, ni ningún otro atributo “espiritual”. De todas formas ya con esto puso las bases para que Platón definiera el mundo de las ideas, o de las formas.
Demócrito
El último de los pre-socráticos, aunque era contemporáneo con Sócrates, fue Demócrito (460-370). Ideó una forma de resolver el problema del principio de la Naturaleza que unificaba las ideas de todos los anteriores: la Naturaleza está hecha de “átomos” partículas sólidas, irrompibles, simples; entre ellas lo que hay es vacío; y se agrupan para formar las distintas cosas que componen la realidad, incluso el alma. Con esta explicación se aúnan las explicaciones anteriores: hay algo inmutable en el fondo de la Naturaleza (Parménides); que se combinan constantemente entre sí para formar las cosas (el flux de Heráclito); impelidos por fuerzas opuestas de atracción y repulsión (Empédocles) y están organizadas en un cosmos, en un ordenamiento, por una mente ordenadora (el nous de Anaxágoras).
Algo debe de llamarnos la atención del atomismo: su gran parecido con la concepción moderna del universo. Y así es, en el siglo 15, tras 2,000 años de una cosmovisión unitaria, triunfará una visión atomista (que eso es, en el fondo, el mecanicismo de la ciencia hasta finales del siglo 20): la mejor explicación del mundo es verlo como una serie de objetos (cuerpos o partículas) que interactúan entre sí por medio de unas fuerzas: la materia como átomos, la vida como células, la enfermedad como gérmenes, etc. Tras haber sido desplazado, nada más nacer, por el unitarismo, u organicismo de Aristóteles, el atomismo verá de nuevo la luz a partir del renacimiento hasta nuestros días.
Podemos extraer una ley todavía más general de la historia del pensamiento, de la forma en la que el hombre ve el mundo: el pensamiento humano avanza haciendo zig-zag (realmente un ying-yang) entre dos formas alternas (pero complementarias) de ver el mundo: 1) como una unidad 2) como una multiplicidad. En las fases tipo 1 (unitarias) del ciclo se busca la verdad en las leyes universales; en las fases tipo 2 (atomistas o corpusculistas) se busca la verdad en lo concreto y singular. De hecho la modernidad puede explicarse como la consecuencia de un ciclo atomista, el nominalismo de Occam, que dio lugar al empirismo, y a sus reacciones unitaristas: el racionalismo y el idealismo, al que siguió el romanticismo, como reacción atomista.
Sofistas
Como pasa muchas veces en la Historia, tras un periodo de mucha efervescencia teórica, donde los pensadores se han elevado a grandes alturas especulativas, vino después un periodo de “cansancio especulativo”, donde los pensadores prefirieron dedicarse a cosas más prácticas, como por ejemplo, cómo usar la sabiduría para convencer a las asambleas. Aparecieron de esta forma los sofistas, cuyo nombre significa expertos, y que atacaron a las pretensiones de encontrar la verdad de los pensadores anteriores. Se concentraron, por el contrario, en el arte de preparar a las personas para conseguir o mantener el poder. Eran relativistas, en la moral y en la metafísica, lo que significa que no creían que se pudiera conseguir la verdad sobre lo que son las cosas ni sobre cómo comportarse. Cada persona formaría una opinión y no hay un criterio objetivo para decidir qué es cierto o correcto.
Esta época del sofismo, con su poca confianza en la capacidad del hombre de conocer la verdad es ahora especialmente interesante, porque se va a repetir en la Historia con el nomimalismo del siglo 13, y con el relativismo del siglo 20. Ambos siguieron a períodos de gran energía especulativa como fue el escolasticismo medieval del siglo 12 y el idealismo hegeliano del siglo 19.
Los sofistas se concentraron en Atenas, el centro de poder político y de las asambleas del mundo griego en ese momento. Y fue en Atenas, donde volvió a surgir, como reacción al escepticismo de los sofistas, una “escuela” filosófica que recuperó una gran confianza en el poder de la razón y que llegaría a ser el movimiento filosófico de mayor impacto en la historia de la humanidad: los socráticos: Sócrates, Platón y Aristóteles.
Lecciones aprendidas de los presocráticos
En resumen, hay unas lecciones muy definitivas que podemos extraer de este repaso de los primeros filósofos. Podemos concluir que los pre-socráticos tuvieron unas intuiciones muy importantes, que han influido fortísimamente en la cultura Occidental, hasta el punto de poder decir que la han definido:
- 1) la existencia de un logos, de una regularidad, unas leyes universales en la Naturaleza, que la explican.
- 2) la existencia de una forma de conocer la realidad, muy superior a los sentidos, que consiste en pensar, en contemplar las cosas dentro de nosotros, en abstraer lo general, en definitiva de la razón.
- 3) El uso de la razón para conocer la verdad exige que se sigan una leyes de pensamiento: ley de identidad, ley de no contradicción, en definitiva, la lógica. Esta opción por la lógica, será un rasgo que distinga el pensamiento occidental del pensamiento indio y del chino, que no serán tan alérgicos a las contradicciones, como el griego. Esto limitará un poco el poder de pensamiento oriental, aunque, igualmente, lo liberará para proseguir los otros caminos (la intuición y la fe).
- 4) el rechazo de la Tradición, de los mitos de los poetas, como forma de alcanzar sabiduría, superada ampliamente por la Razón, como forma suprema de conocimiento.