¿Debe ser una meta la sustitución de importaciones por producción local?Esta pregunta se encuadra dentro de otra más general: ¿es mejor para la vida depender o no depender de otros?
El instinto primario nos impulsa a la independencia. Sin embargo, la razón nos lleva a descubrir formas de crecer más a base de apoyarnos en los demás, en sus necesidades y capacidades.
Aquí entra en juego la lógica inescapable del. “riesgo-rendimiento”: puedo conseguir más crecimiento a base de apoyarme más en las oportunidades que los demás me representan; pero esto aumenta mi riesgo, pues las perturbaciones del ambiente pueden cortar suministros o mercados que yo necesito.
La humanidad se ha ido desarrollando, desde que descubrió la agricultura hace 12,000 años, a base de hacerse más dependiente. En decir, la humanidad ha apostado definitivamente por el crecimiento, sacrificando la independencia. Al presente, dependemos completamente de unas redes de comunicación y energía que nos hacen hipervulnerables al entorno.
En la lógica del riesgo-rendimiento no hay una solución óptima: si quiero más tengo que arriesgar más. Cada país debiera decidir con cuánto riesgo (con cuánta dependencia) se siente cómodo, y esto determinará el nivel de riqueza que alcanzará, ceteris paribus. La relación es una línea recta.
Pero aquí entra en juego el tercer nivel sapiencial (después de la intuición y la razón) que es la tradición. Aquí encontramos el mandato de que una comunidad tiene que darle más atención a sus miembros que a los de otra comunidad. Esto dobla un poco la línea de riesgo rendimiento, y lleva a concluir que, ante una igualdad de valor (calidad/cantidad/precio) uno deba preferir lo local.
Esta igualdad no es exacta, sino que hay un margen, donde consideramos los valores de lo local igual a lo importado. ¿De qué tamaño es ese margen, que lleva a favorecer a lo local? Más grande cuanto más prefiramos la seguridad sobre el crecimiento, y cuánta más importancia tenga en cada caso lo comunal sobre lo individual.