¿En qué se diferencia el hombre de los animales?

PARTE I: UN PROBLEMA MAL PLANTEADO
Entender lo sofisticado de la inteligencia animal me ha servido, además de para maravillarme más aun del poder de la Naturaleza, para darme cuenta del mal concepto que tenemos al presente de la inteligencia humana. El descubrimiento de la potencia de la inteligencia animal tiene una implicación muy trascendente porque tradicionalment definimos al hombre como ‘animal racional’, e identificamos esto con ‘animal con inteligencia’. Entonces, al descubrir toda la inteligencia que tienen los animales, entra en crisis nuestra idea de hombre.
La raíz del problema es un error filosófico cometido por los griegos: el hombre no es realmente un animal racional, como ellos dijeron, sino un “animal con libertad”, es decir, un animal que no esta 100% determinado por binomio instinto + ambiente, sino que, para vivir, tiene que acabar de conducirse a sí mismo hacia su fin, porque la Naturaleza solo le dicta el 95% de lo que tiene que hacer.
Esta leve separación entre el instinto y el obrar que hay en el hombre es lo que ha exigido que el hombre desarrolle una peculiar forma de mirar la realidad que es lo que llamamos inteligencia humana.
¿En qué se diferencia, entonces, la inteligencia humana de la animal? La inteligencia animal es la capacidad que tienen los seres vivos de procesar información para determinar qué les conviene hacer en cada circunstancia. Este procesamiento puede ser muy sofisticado y requerir incluso cierta abstracción (extraer patrones generales de observaciones concretas).
La inteligencia humana, por su parte, además de procesar información como los animales, tiene que responder a una pregunta adicional: ¿para qué? Es decir ¿cuál es el sentido de la realidad? (Sentido, no como en ‘meaning’ sino en cuando a ‘sense’ o dirección). Esto es así porque el hombre tiene que poner ‘lo que falta’ a la información que recibe. Y para poder encontrar lo que falta tiene que entender el ‘para qué’, la finalidad de las cosas.
En definitiva, la inteligencia propiamente humana cosiste en encontrar el sentido a la realidad, en buscar una explicación. Está capacidad está construida encima de la inteligencia animal, que procesa información para sobrevivir.
PARTE II: LAS IMPLICACIONES DE PLANTEARLO BIEN
Lo más excitante de esta forma de ver la inteligencia son, realmente, las implicaciones que esto tiene sobre 1) nuestra idea de educación y 2) sobre el valor que le damos a ‘ser inteligente’.
La educación en la modernidad consiste en pasarle al estudiante la mayor cantidad de información, bajo la creencia de que con más información se pueden tomar mejores decisiones. Pero esto es educación de la inteligencia animal del hombre, según hemos definido la inteligencia animal. Esta educación animal (que podemos llamar ‘instrucción’) es necesaria, pero no suficiente.
Para poder vivir como humanos necesitamos, además, descubrir el sentido de las cosas. Y para esto la información es poco importante: una viejita analfabeta puede entender mejor la realidad que un científico muy cultivado. Porque en definitiva la inteligencia humana consiste en la capacidad de distinguir lo que es bueno para la vida y lo que la lastima. Y para esto no hay que saber leer.
Las medidas de inteligencia que tenemos, por otra parte, como los indices académicos de las escuelas o los resultados de reválidas y exámenes, tan solo miden nuestra capacidad para procesar información rápidamente y con precisión.  Miden nuestra inteligencia animal, que la modernidad ha entronizado como si fuera la clave de nuestro éxito en la vida, cuando resulta que lo que tenemos que saber, ante todo,  es hacia dónde vamos.