La oración no va al Cielo. Viene.

Imaginamos la oración, ingenuamente, como un argumento para convencer a Dios de que haga algo. Pero la oración no es un mensaje desde la Tierra al Cielo, sino que es una apertura en nuestra alma para que el Dios pueda lograr su obra (la felicidad) en la Tierra a través nuestro.
Tenemos que pedir cosas, mucho, pero no para que se nos den, sino para que nos convenzamos de que eso es lo que Dios quiere, y nos decidamos a colaborar.