Por qué es tan problemático creer

Julio 2008 tomado de “ Introducción al Cristianismo” de Joseph Ratzinger.

¿Qué significa tener fe? ¿Qué significa “creo”? 1

¿Por qué es problemático tener fe en el mundo actual? 2

1) En el mundo moderno, creer en lo invisible es especialmente problemático. 2

2) La fe es una forma de “tradición”, que es un valor caduco en el mundo moderno. 2

3) El cristianismo cree en una mezcla de la temporal con lo eterno (la Encarnación) que es mucho más difícil de creer que la existencia de un mundo invisible e inaccesible. 3

Ante estos problemas, ¿podemos de seguir creyendo?; ¿debemos?
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¿Qué significa tener fe? ¿Qué significa “creo”?

Tengo un sugerencia para hacerle a Dios sobre cómo organizar mejor la religión, que haría todo mucho más sencillo, y mucha más gente iría al Cielo y no sería tan conflictivo creer en él en esta tierra. Las sugerencias sería las siguientes:

  1. que cualquiera pudiera mirar al cielo y ver a Dios y sentir que Él nos ve a nosotros y que nos ama;
  2. ver junto a él a los que ya murieron y se han portado bien, gozando y cantando;
  3. que Dios nos sonriera y nos premiara cuando hacemos las cosas bien y
  4. que nos fueran las cosas mal cuando nos portamos mal y nos tratamos de esconder de Él.

Nada de esto es irracional pedirlo, y evitarían mucho consumo de energía a los hombres.

¿Por qué las cosas no son así? ¿Por qué Dios no es evidente? ¿Por qué no es evidente el más allá?

Nadie, ni siquiera el creyente, puede servir a otro Dios y su reino en una bandeja. El que no cree puede sentirse seguro en su incredulidad, pero siempre le atormenta la sospecha de que .quizá sea verdad. El “quizá” es siempre tentación ineludible a la que uno no puede sustraerse. Digámoslo de otro modo: tanto el creyente como el no creyente participan, cada uno a su modo, en la duda y en la fe, siempre y cuando no se oculten a sí mismos y a la verdad de su ser. Nadie puede sustraerse totalmente a la duda o a la fe. Para uno la fe estará presente a pesar de la duda, para el otro mediante la duda o en forma de duda. Es ley fundamental del destino humano encontrar lo decisivo de su existencia en la perpetua rivalidad entre la duda y la fe, entre la impugnación y la certidumbre. La duda impide que ambos se encierren herméticamente en su yo y tiende al mismo tiempo un puente que los comunica. Impide a ambos que se cierren en sí mismos: al creyente lo acerca al que duda y al que duda lo lleva al creyente; para uno es participar en el destino del no creyente; para el otro la duda es la forma en la que la fe, a pesar de todo, subsiste en él como exigencia.

¿Qué significa “tener fe”? La cuestión fundamental que ha de resolver una introducción al cristianismo es qué significa “yo creo”, pronunciada por un ser humano.

No todas las religiones son una fe. Sin darnos cuenta, suponemos que “religión” y “fe” son lo mismo y que todas las religiones pueden definirse también como “fe”. Pero esto es sólo verdad en cierto sentido, ya que muy a menudo otras religiones no se denominan así, y gravitan en torno a otros puntos. El Antiguo Testamento, por ejemplo, considerado como un todo, no se ha definido a sí mismo como .fe., sino como “ley”. La religio expresa principalmente, según la religiosidad romana, la suma de determinados ritos y obligaciones. Para ella no es decisivo un acto de fe en lo sobrenatural.

“Tener fe” es aceptar que hay una parte de la realidad que es invisible. Dios es esencialmente invisible. Esta expresión de la fe bíblica en Dios que niega la visibilidad de los dioses es ante todo una afirmación sobre el hombre: el hombre es la esencia vidente que parece reducir el espacio de su existencia al espacio de su ver y comprender. Pero en ese campo visual humano, que determina el lugar existencial del hombre, Dios no aparece ni puede aparecer por mucho que se ensanche el campo visual.

Con esto se dibuja la silueta de la actitud expresada en la palabra credo. Significa que el hombre no ve en su ver, oír y comprender la totalidad de lo que le concierne, sino que busca otra forma de acceso a la realidad; a esta forma la llama fe y en ella encuentra la abertura decisiva de su concepción del mundo. Si esto es así, la palabra credo encierra una opción fundamental ante la realidad como tal; no significa comprender esto o aquello, sino una forma primaria de proceder ante el ser, la existencia, lo propio y todo lo real. Es una opción en la que lo que no se ve, lo que en modo alguno cae dentro de nuestro campo visual, no se considera como irreal sino como lo auténticamente real, como lo que sostiene y posibilita toda la realidad restante. Es una opción por la que, lo que posibilita toda la realidad, otorga verdaderamente al hombre su existencia humana, le hace posible como hombre y como ser humano. En lo íntimo de la existencia humana hay un punto que no puede ser sustentado por lo visible y comprensible, sino que choca con lo que no se ve de tal modo que esto le afecta y aparece como algo necesario para su existencia.

Creer en lo invisible exige un cambio existencial, vital, en el que cree. A esta actitud sólo se llega por lo que la Biblia llama conversión o arrepentimiento. El hombre tiende por inercia natural a lo visible, a lo que puede coger con la mano, a lo que puede comprender como propio. Ha de dar un cambio interior para darse cuenta de lo ciego que es al fiarse solamente de lo que pueden ver sus ojos. Sin este cambio de la existencia, sin oponerse a la inercia natural, no hay fe. Y porque nuestra inercia natural nos empuja en otra dirección, la fe es un cambio diar
iamente nuevo
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¿Por qué es problemático tener fe en el mundo actual?

1) En el mundo moderno, creer en lo invisible es especialmente problemático.

He aquí la razón por la que la fe es hoy día, bajo las condiciones específicas que nos impone nuestro mundo moderno, problemática y, al parecer, casi imposible. Pero no sólo hoy, ya que la fe siempre ha sido, más o menos veladamente, un salto sobre el abismo infinito desde el mundo visible. La fe siempre tiene algo de ruptura arriesgada y de salto; implica la osadía de ver en lo que no se ve lo auténticamente real, lo auténticamente básico.

2) La fe es una forma de “tradición”, que es un valor caduco en el mundo moderno.

Al abismo entre lo visible y lo invisible, hemos de añadir, agravando la situación, otro: el de lo pasado y lo actual. La gran paradoja que implica la fe se nos agranda al ver que se presenta ante nosotros con la vestimenta del pasado, parece ser el mismo pasado, sus formas de vida y existencia. La fe ya no se considera como una valentía temeraria del hombre, antes bien, la vemos como exigencia de obligarnos hoy a lo pasado, de juzgar lo pasado como lo imperecederamente definitivo. Pero ¿quién puede hacer eso en una época en la que, en vez del concepto de tradición, se abre paso la idea de progreso? Para el espíritu de generaciones pasadas el concepto tradición pudo ser un programa a seguir; parecía el lugar de refugio donde uno se podía cobijar. Hoy día las cosas han cambiado: la tradición es algo superado; el progreso, en cambio, es la auténtica promesa del ser.

3) El cristianismo cree en una mezcla de la temporal con lo eterno (la Encarnación) que es mucho más difícil de creer que la existencia de un mundo invisible e inaccesible.

El cristianismo no es una religión de lo eterno. La fe cristiana no trata simplemente, como a primera vista pudiera pensarse, de lo eterno que queda fuera del mundo y del tiempo humano como cosa totalmente distinta de ellos. La fe trata más bien de Dios en la historia, de Dios como hombre. La fe pretende ser revelación, y por lo tanto parece superar el abismo que yace entre lo eterno y lo temporal, entre lo visible y lo invisible.

Pero Dios entró en la historia para morir. A primera vista no parece tan complicado, porque Jesucristo se presenta como un “explicador” de Dios, como una ventana que nos permite mirar la eternidad. Nos pareció en un principio que Dios se acercaba a nosotros, que podía mezclarse con nosotros los hombres, que podíamos seguir sus huellas. Pero todo esto, en el sentido más profundo, es el pre-requisito para la “muerte de Dios” que condiciona irrevocablemente el curso de la historia y de las relaciones del hombre con Dios. Dios se ha acercado tanto a nosotros que hemos podido matarle e impedir, al parecer, que fuese nuestro Dios, el Dios para nosotros.

Ante lo complicado de entender la muerte de Dios ¿No es mejor dejar a Dios en su lejanía, como hacen las religiones asiáticas? Por eso ante la revelación nos encontramos hoy día desconcertados, perplejos; y ante ella nos preguntamos, sobre todo cuando estudiamos la religiosidad de Asia, si no hubiese sido mucho más sencillo creer en lo eterno y escondido, fiarse de él a conciencia; si no hubiese sido mejor que Dios nos hubiese dejado en una lejanía infinita; si no hubiese sido más realizable escuchar, separados de lo mundano y en tranquila contemplación, el misterio eternamente incomprensible, que entregarnos al positivismo de la fe en una persona y vincular la salvación del hombre y del mundo a una cabeza de aguja. A un Dios reducido a un punto, ¿no debemos eliminarlo de una concepción del mundo que ha reducido al hombre y a su historia a un grano insignificante de arena dentro del todo que el mismo hombre en los ingenuos años de su infancia ha considerado como el centro del universo? ¿No ha llegado la hora de que el hombre, superada la infancia, despierte del sueño, se restriegue los ojos, rechace ese sueño tonto por muy bonito que fuese, y entre sin duda en ese potente conjunto en el que está metida su vida que, al aceptar su insignificancia, adquirirá un nuevo sentido?

Ante estos problemas, ¿podemos de seguir creyendo?; ¿debemos?

Con esto abordamos el problema de la fe cristiana en toda su profundidad: ¿Podemos todavía creer? La pregunta ha de ser más radical todavía: ¿no debemos, no tenemos la obligación de, despertar del sueño y entrar en la realidad?

No tratemos de mantener a pie el cristianismo a base de retocarlo. Si no sirve, olvidémoslo; porque la gente necesita conocer “la verdad”. El cristiano de hoy tiene que hacerse estas preguntas y no debe contentarse con comprobar que siempre hay a la mano una interpretación del cristianismo que no escandaliza. Si la teología nos dice un día, por ejemplo, que la “resurrección de los muertos” significa que el hombre, nueva, diaria e infatigablemente tiene que ir a la obra del futuro, hemos eliminado el escándalo, ¿pero hemos sido fieles? ¿No hay deslealtad en querer mantener en pie el cristianismo en base de interpretaciones como las actuales? Cuando nos amenaza la idea de refugiarnos en esas interpretaciones, ¿no debemos más bien confesar que estamos venciéndonos? ¿No tenemos entonces que entrar sencilla e indudablemente en la realidad duradera? Digámoslo abiertamente: un cristianismo interpretado de manera que se le prive de la realidad, es una falta de sinceridad ante los problemas de los no cristianos. Sería una injusticia.

Pero, entonces, ¿qué hacemos con los problemas que implica creer? Los problemas que implica el creer, no pueden sintetizarse ni rechazarse en un tratado. [lo siguiente no está en el libro de introducción al cristianismo] La fe hay que justificarla, en último extremo, con la vida, a nivel existencial. En la medida en que la fe produzca, junto con mejores explicaciones del mundo, mejores vidas, será más justificable creer en el mundo de hoy.