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El difícil arte de amarse a uno mismo. Ep 28

Pudiera parecer que amarse a uno mismo es algo extremadamente fácil, que más bien uno debe estar pendiente de que los instintos no lo lleven a uno dedicarse más tiempo, más atención de la que debiera, pero como vamos a ver en este episodio, el auténtico amor a uno mismo conlleva romper con unos miedos tan fuertes, conlleva una aceptación tan costosa de la posición de uno en la vida, que podríamos decir que es de los amores más difíciles que hay. ¿Consiste el amor a uno mismo en darse cuidados o es todavía más complejo? No se vayan porque estamos Buscando Respuestas.

Aunque se podría argumentar que lo más universal que hay es la obligación de amar, también tenemos que reconocer que amar es difícil. O sea, es universal, es asequible, está en todo, pero no deja de ser difícil.

Amar es natural, amar es espontáneo, pero amar bien exige esfuerzo, es decir, la aplicación de la voluntad y de la inteligencia de forma consciente. Por ejemplo, para que veamos lo complicado que es amar, muchas veces tenemos la idea equivocada de que amar es regalar, es dar algo gratuitamente, cuando lo cierto es que regalar y dar es sólo el comienzo, es solo la declaración amorosa. Me gustas o te quiero y por eso te regalo esto.

Pero el regalo no es la esencia del amor. Hay padres, hay esposos que sienten que dando, dando cosas, están cumpliendo su deber de amar, regalando cosas a sus hijos, dándole cosas a su esposa, están cumpliendo su obligación de amar. La esencia del amor es más una aceptación transformadora, es decir, un yin-yang entre querer a la persona como es y quererla mejor de lo que es, que tiene que darse a la vez, como en todo el yin-yang, a la vez.

Si hemos concluido que amar no es regalar, sino aceptar transformadoramente, es decir, aceptar lo que la persona es a la vez que quiero que sea mejor de lo que es, podemos aplicar eso al amor a uno mismo. La literatura de la autoayuda se puede resumir en que el amor a uno mismo consiste en darse básicamente cuatro cosas, una comida adecuada, no excesiva, un sueño adecuado, no demasiado escaso, un ejercicio que compense nuestra falta de movilidad cultural y ahora la meditación que es como aprender a pensar menos o a dejar de pensar de vez en cuando. Ahora bien, si amar no es tanto dar como aceptar, debemos entonces entender o aprender cómo uno se acepta con esa aceptación transformadora que hemos dicho que es la esencia del amor.

Aceptarse es súper complicado. Tendemos a estar completamente en desacuerdo con la vida que nos ha tocado vivir, con la forma de ser con la que hemos venido a este mundo, con la situación histórica que nos ha tocado enfrentarnos, con las raíces de las que somos parte. Se entiende por tanto que mucha gente prefiere darse cositas que no amarse, porque amarse implica aceptar la forma de ser con la que uno ha venido al mundo y esto es muy fuerte porque los instintos sociales nos llevan siempre a querer ser de otra forma.

Pero vamos a ser más explícitos y vamos a detallar qué es lo que uno tiene que amar de sí mismo. Amarse a sí mismo yo lo resumo sobre todo en amar la vocación que uno le ha tocado vivir. Vamos a explicar esto de la vocación, porque la vocación de una persona no es pertenecer a algo, o ser médico, o ser abogado, o ser madre de familia.

La vocación es una conjunción de dos cosas. Número uno, el equipaje que uno le ha tocado, con el que uno viene a la vida. Y número dos, el destino al que uno se siente llamado, entre otras cosas, al mirar su equipaje, sus capacidades o sus discapacidades.

El equipaje, a su vez, es una conjunción de la coyuntura histórica en la que uno nace y el endowment genético, o sea, no sé cómo se dice endowment, no se me viene a la cabeza cómo se dice endowment, la herencia genética que uno trae. La coyuntura histórica es, o sea, en la que uno nace, lo que uno tiene que aceptar como parte de su equipaje, esa coyuntura histórica es, número uno, la historia de sus papás antes de él, o sea, el linaje al que uno pertenece. Y número dos, el ambiente en el que uno se cría antes de uno poder elegir su ambiente.

Eso es la coyuntura histórica en la que uno nace, es parte de lo que uno tiene del equipaje que uno tiene que aceptar. El endowment genético es esa programación animal que tenemos y que define en bastante medida a el tipo de cuerpo que tenemos y ve el tipo de mente o tendencias psíquicas que tenemos, una cierta timidez, unas ciertas miedos, una cierta necesidad de los demás o de la aprobación de los demás, etcétera. Repito, para amarse a uno mismo, amar la vocación.

Amar la equipaje que uno trae a la vida y el destino al que uno se siente llamado. El equipaje que uno trae en la vida es la conjunción de la coyuntura histórica en la que uno nace y del endowment genético que uno trae. La coyuntura histórica es la historia de sus papás antes de él y el ambiente en el que uno se cría.

Esa es la coyuntura histórica que uno tiene que aprender a querer, convencerse de que es, en cuanto al endowment genético, es más fácil de entender, es toda la programación animal que traemos, es decir, el tipo de cuerpo y el tipo de mente que traen. El segundo componente de ese equipaje que dije que tenemos que componer nuestra vocación, que es lo que consiste en amar lo que consiste, lo que somos realmente, a lo que tenemos que amarnos. El segundo componente de ese equipaje, perdón, de esa vocación es el destino.

El primer componente es el equipaje, lo que uno trae, y el segundo es el destino a lo que uno está llamado, a donde uno tiene que ir con ese equipaje. El destino no es tanto un lugar como una dirección, no es tanto una meta como un camino, no es casarme con fulana, sino empezar ahora a montar un proyecto de vida junto a fulana. Esa es la vocación que uno siente en cada momento del tiempo.

No es ser médico, eso no es una vocación propiamente, sino empezar a buscar, a hacer un tipo de bien en el campo de la medicina. Repito, la vocación no está en el futuro, sino en el presente, siempre en el presente. La vocación es la dirección a la que apuntamos hoy, no es la vocación la meta a la que apuntamos en el futuro.

Bueno, pero esto ha sido la parte fácil, saber en qué consisten las piezas de amarse a sí mismo. Ahora viene la parte complicada, cómo yo me amo si no me gusta mi equipaje, si no me gusta mi destino, si no me gusta la coyuntura histórica en la que nací, el endowment genético que tengo, la historia, el linaje al que pertenezco, la historia de mis papás, el ambiente en el que me tocó vivir, nada de esto me gusta, cómo yo puedo amarlo. Pongamos un ejemplo, yo nací cojo, tengo una pierna más corta que la otra y eso ha tenido una repercusión enorme en mi vida, mis capacidades, mis relaciones, cómo hacer para quererme cuando tengo unas limitaciones objetivas tan obvias que limitan, que de verdad son limitantes, no es como un gusto, me gustaría tener los ojos de otro color, es como que mira, no puedo levantar, estoy en una cama, no puedo bailarme por mí mismo, hay forma de amar eso o incluso debe ser amado.

Bueno, para responder esto primero que tenemos que tener claro que tenemos una limitación en nuestro aparato afectivo, no una limitación sino un diseño que promueve que nosotros queramos tener cosas que los otros tienen: una cierta estatura, una cierta complexión, una cierta situación en la vida, una cierta posición social de nacimiento.

A nosotros nos gustan las cosas, cosas que tienen otros y esto es por diseño, por diseño animal porque los animales sociales, específicamente los humanos como animales sociales que somos, necesitamos estar mirándonos unos a otros para de verdad tener una vida comunitaria, nos importan mucho los demás. Si no fuera por eso no seríamos tan sociales y no hubiéramos podido llevar a cabo el destino para que como humanos estamos llamados. Pero, aunque es natural que nosotros nos inspiremos en las cosas que los otros tienen y que yo no tengo, para crecer, para buscar más, aunque es natural, esto no es el fin, es el comienzo.

Es decir todo lo que tenemos que hacer normalmente empieza por un mensaje que nos manda un instinto y nosotros sobre ese mensaje actuamos, ponemos los juicios de la razón y actuamo. El que nos agraden las cosas que tienen los demás es simplemente una llamada a mirar para inspirarnos.

¿Cómo yo amo entonces mis limitaciones objetivas, como yo amo el que tengo una pierna más corta que otra? Es un ejemplo hipotético. En mi caso yo tengo montones de limitaciones objetivas con respecto al promedio de la humanidad o a lo normal, vamos a poner, más que promedio, a lo modal, a lo normal en la humanidad. ¿yo puedo amar eso?

Bueno aquí está la clave, tengo que desarrollar un convencimiento de que el equipaje que traigo no es más grande que el de los demás, pero es el exacto que yo necesito para hacer lo que tengo que hacer. Repito no tengo que convencerme, es imposible que yo me convenza de que estoy dotado con todo lo que necesito, que estoy dotado por encima de los demás, soy súper dotado, no tiene sentido que yo pretenda convencerme de eso, es un engaño.

Claro para convencerse de que uno tiene el equipaje perfecto para el camino que uno tiene que caminar, lo más práctico, lo más rápido es tener un sentido trascendente de la existencia, es decir, el convencerse de que hay algo, alguien que está organizando las cosas; que nosotros no hemos caído en un mundo caótico, sino que hay un plan desarrollándose entre nosotros, Que la vida, y la realidad, es parte de un plan grande. Y entonces uno tiene que confiar en ese plan, obviamente cuanto más holista sea uno, cuanto más convencido de que el todo tiene un sentido, tiene algo que decir en el desenvolvimiento de las partes, pues más fácil es aceptar esta realidad.

De hecho, podría decir, que si uno creyera -yo creo que hay poca gente que crea esto- que no hay ningún plan en la realidad, que todo es simplemente azar, o sea, cosas chocando unas con otras y produciendo fenómenos increíbles como la vida. los planetas, las galaxias, etcétera; aunque uno creyera eso, existe un cierto convencimiento, los seres humanos tenemos, un cierto convencimiento interno, de que estamos aquí para algo. No tiene ese algo que ser muy consistente, que tenga mucha entidad, sino que sea simplemente como un sentimiento, vamos a reducirlo a eso.

Pues aún con ese pequeño hilito de convencimiento en la realidad, nosotros podemos llegar a la conclusión, sobre todo a medida que vayamos creciendo en edad y en sabiduría, podemos llegar al convencimiento de que tenemos el equipaje que necesitamos para lo que tenemos que hacer. Obviamente no quiero tapar el cielo con la mano, cuanto más uno tenga una cosmovisión holista, una visión trascendente de la vida, pues más fácil es aceptar esto. De hecho, podemos decir que las grandes religiones de la humanidad son simplemente gente convencida de que hay un master plan o un meta-plan que guía las existencias de todo. Y la intuición religiosa es de las cosas más comunes que hay en los hombres. Uno bien difícilmente podría ampararse en decir que yo no creo. Habría que decirle “mira flaco, reexamínate porque es bien raro que haya un ser humano que no haya intuido la llamada de la trascendencia”. Por ejemplo cuando una persona tiene hijos o tiene algo importante o que él considera importante que hacer en su trabajo, en su ambiente, entonces, siente realmente la llamada de su destino. Siente que está para algo, no hace falta un convencimiento super trascendental o una visión super trascendental de la realidad. En esas intuiciones tenemos que apoyarnos, por lo menos en estas épocas en las que no es común tener visiones muy amplias de la realidad, apoyarnos en esas intuiciones personalísimas que nos hacen convencernos de que estamos para algo y si miramos ese para qué estamos hechos, nos vamos a dar cuenta, poquito a poquito, hará sentido por qué somos como somos, por qué nacimos en este ambiente, por qué tenemos esta personalidad, por qué tenemos esta forma de ser, esta historia con la que cargamos. La respuesta es: porque es lo que nos permite estar en el sitio que estamos, en la posición en la que estamos, que es lo que nos permite hacer lo que tenemos que hacer.

No podemos acabar esta reflexión sobre un tipo de amor, sobre cualquier tipo de amor, sin hacer la siguiente consideración que hay que hacer cada vez que uno reflexiona sobre algo a lo que se está llamado a amar. Y la reflexión es lo siguiente, el arte de vivir es el arte de amar, el arte de amar es guardar la proporción adecuada entre los distintos amores.

Que el amor a mi auto no esté por encima del amor a mi hijo, pero precisamente lo que marca la armonía que deben de tener los amores es la vocación, es decir, posiblemente lo más importante que yo tenga que hacer esta noche es dormir, dormir es tan importante en la vida. En algún momento lo más importante que yo tenga que hacer durante el día que empieza hoy debe ser lavarme los dientes. Va a haber un momento donde eso es lo más importante, en el presente va a ser lo más importante el amor al que tengo que acudir, entonces lo que dicta la armonía, la forma de encontrar la armonía entre las distintas cosas que yo tengo que querer en la vida, es lo que yo estoy llamando la vocación que es como ese plan que engarsa lo que uno tiene con lo que uno tiene que hacer.

Bueno, en resumen y para acabar, lo que hemos visto en el episodio de hoy es el difícil arte de amarse a uno mismo, hemos acudido a la teoría de lo que es el amor, que no es dar, sino darse, el darse se concreta en la aceptación transformadora del otro, que se traduce en te quiero como eres y a la vez te quiero mejor de lo que eres, cuando esto lo aplicamos al amor a nosotros mismos, se concreta en el amor a la vocación que uno tiene, que es decir el amor al equipaje con el que uno viene a la vida y la misión que tiene que realizar con ese equipaje, la aceptación no es simplemente un ni modo, no me queda otro remedio, tengo que aceptar, no es una resignación, sino un auténtico amor, estoy entusiasmado porque con este equipaje que puede ser más o menos conspicuo, más o menos llamativo, tengo que hacer, lo que yo voy a hacer no lo puede hacer más nadie en todo el universo.

Esta aceptación de uno mismo, de lo que uno es, de lo que uno tiene que hacer, es sin duda la mejor forma de amarse a sí mismo.

La moral es para animales: los humanos tenemos mejores cosas que hacer (Ep 13)

La moral es para animales: los humanos tenemos mejores cosas que hacer

El renacimiento fue una época clave para definir la modernidad. No vamos a estudiarlo aquí, aunque lo haremos en su momento, pero sí podemos decir aquí que el renacimiento comenzó realmente en el siglo XII, no en el XV, como la gente piensa, pero fue violentamente interrumpido por la peste negra del siglo XIV y por ciertos cambios climáticos para reflorecer con más ímpetu y ya en sus manifestaciones artísticas, no en las primeras, que eran más científicas y filosóficas, para reflorecer en sus manifestaciones artísticas, sobre todo en la Europa del siglo XV y XVI, los famosos 480 y el 580 italiano. Lo que quiero señalar es que en esta época vio la luz, entre otros muchos fenómenos culturales, el humanismo.

El fenómeno cultural es una cierta forma de ver un aspecto de la realidad que es común a la mayoría de los individuos de una cierta colectividad. Pues bien, desde el siglo XII están empezando a llegar a Europa los escritos perdidos por un milenio de los sabios griegos que llegaron a Europa a través del contacto con el oriente, que fueron las cruzadas y la invasión de España por parte de los árabes. Este reencuentro con la filosofía y los escritos clásicos provocó en Europa un gran deseo de estudiar el mundo grecorromano, sobre todo sus obras, lo que se tradujo en la práctica como un nuevo sistema de estudios que, sustituyendo a los estudios clásicos del trivium y el quadrivium de la lógica, la gramática, etc., empezaron a enfocarse en el estudio de la humanitas, de las humanidades.

En el fondo, en un estudio del hombre, una obra simbólica o emblemática de esa época renacentista es quizá la obra de Giovanni Pico de la Mirándola en el 1486, titulada Oratio de hominis dignitate, oración sobre la dignidad del hombre, que es en el fondo un gran himno a lo central que es el hombre en la creación y a su gran diferencia sobre los otros seres. Comienza con esto el antropocentrismo, el centrar la realidad alrededor del hombre frente al teocentrismo más típico de la filosofía medieval. Fueron grandes humanistas o los más grandes humanistas, empezando por Petrarca y Boccaccio hasta llegar a Erasmo de Rotterdam y Lutero.

A partir de esta época, la consideración del hombre como un ser especial y centro del universo comenzó a despegar. Esta concepción del ser humano como ser superespecial y centro del universo duró, perduró por toda la modernidad hasta bien entrada la posmodernidad, donde empezó a surgir con todo el pesimismo que trae la posmodernidad el convencimiento de que el hombre realmente lo que es es un animal más, pero no sólo un animal más sino en muchos aspectos un animal peor que los demás, porque contamina, porque desplaza otras especies, porque daña el clima, etcétera. Entonces, finalmente, ¿el hombre es algo único o es más propiamente otro animal? Mi posición es más propiamente un subhumanismo o un cierto animalismo.

Este podcast está hecho para poner a la gente a pensar, cada uno piense, llegar a sus propias conclusiones. Yo doy mis ideas para que la gente se estimule a pensar y a encontrar sus respuestas. Pues yo propongo más bien un subhumanismo, un cierto animalismo, porque yo creo que el humanismo ha tenido consecuencias muy útiles, esta gran autoestima del hombre, pero creo que debemos ahora reforzar su animalidad.

Todos tenemos claro que el hombre es animal y al mismo tiempo es algo distinto de los demás animales. Yo soy de la creencia de que la mayoría de lo que nosotros llamamos obligaciones morales son realmente obligaciones naturales. No robar, no matar, no adulterar, no mentir, son mandatos de la naturaleza, son las formas de ser un buen animal humano.

Pero para mí es bien importante sacar estas obligaciones al ámbito natural o animal para que el hombre pueda plantearse correctamente en qué consiste su crecimiento, su florecimiento. El crecimiento del hombre no consiste en portarse bien, en el sentido de evitar estos pecados mencionados antes. El crecimiento del hombre tiene que estar predicado en algo más allá de ser un buen animal humano, además de pertenecer al orden del cosmos, al orden natural.

El hombre tiene una llamada metanatural, que podemos resumirlo que tiene una vocación a amar, tiene una vocación a amar. La preocupación por el bienestar de los no-parientes, de los extraños, incluso de los non-con-specifics, de los que están fuera de otras especies, y la llamada a buscar la unidad, que atenta en cierta medida contra las estructuras tribales animales normales. Estos son llamadas propiamente humanas.

En este plano metanimal es donde el hombre tiene que estar batallando por su crecimiento, por su realización, el portarse bien, el no matar, el no robar, el no mentir, el vivir según las reglas de la naturaleza. La moral, según la entendemos ahora, es realmente para animales.

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¿Decide cada cultura lo que está bien y lo que está mal? -Ep 6

Saben ustedes que en algunos países se ve feo señalar con el dedo, que en algunas latitudes es de buena educación hacer ruidos al comer, como eructar o sorber. Saben que regalar flores se ve mal en ciertas regiones. En algunos países los hombres se besan las mejillas al saludarse, pero en otras esto no se entiende.

Todos sabemos que en otras épocas se veía mal que las mujeres usaran pantalones, pero no en nuestra época. ¿No nos indica esto que lo que es correcto o incorrecto varía con las culturas y varía con el tiempo? ¿No debemos concluir con estos ejemplos que las normas morales sobre lo que está bien y lo que está mal tienen su origen en convenciones humanas?

La primera o más común donde ponen la moral en la voluntad de los dioses que deciden lo que está bien y lo que está mal. Hemos analizado también las respuestas más naturalistas donde la naturaleza exige de seres vivos un cierto comportamiento para poder vivir. Y vamos a analizar en este episodio el tercer gran grupo de teorías sobre la moral que es el origen de la moral es convencional.

Que los hombres de cada lugar y de cada tiempo deciden los comportamientos que no se van a admitir en esa colectividad. Vivimos en una época de pensamiento que se conoce como modernidad. Que abarca más o menos los últimos 500 años y que se caracteriza por una gran centralidad o importancia de lo individual como opuesto a lo colectivo o a lo sistémico.

En estas épocas más individualistas, que ya ha habido varias en la historia, se puede o se tiende a pensar en el caso más extremo que cada individuo puede definir lo que está bien y lo que está mal. Normalmente dentro de los límites de que no moleste a los demás, que es el dogma, el gran dogma individualista. Con esta visión de la persona es típico que se piense que las normas morales son casi todas de naturaleza convencional.

Es decir, acuerdos o convenciones entre personas. Acuerdos orientados sobre todo a que nos respetemos unos a otros, a organizarnos para no pisarnos los pies. No se trata de que las normas no existan en estas épocas individualistas, sino que las normas no tienen como fin orientarnos a que respetemos la naturaleza o los dioses, como las otras dos visiones morales anteriores que vimos, sino que su fin es que respetemos la individualidad de cada uno en la orientación que éste decida darle a su vida.

Normalmente este relativismo moral suele provocar lo que se puede calificar como un bajo tono moral o baja moralidad, en el sentido de que las morales sociales o convencionales, estas morales sociales, son morales de mínimos, lo mínimo que tienes que hacer para no molestar a los demás. Las morales de mínimo tienden a no poner ideales a las personas, más allá de no incordiar para no ser incordiado, más que lograr grandes gestas heroicas. Pero tenemos ahora que hacer un parón y preguntarnos, ¿es lo mismo el que las normas morales sean variables con las culturas y los tiempos, a que esas normas sean convencionales, es decir, creadas tan sólo por una convención o un acuerdo entre los hombres? ¿Es lo mismo cultural que convencional? Existen muchísimas normas que son convencionales, si guiamos los carros por la izquierda o por la derecha, si tenemos que pagar el 7% o el 17% de impuestos, si el permiso x lo otorga tal o cual instrumentalidad pública, y podemos ver fácilmente que estas normas pueden ser muy convencionales y por lo tanto variantes.

Pero analizamos por un momento lo que es la cultura, para ver si lo que se impone culturalmente es todo arbitrario, es decir convencional, o hay algunas reglas que tienen que seguir esas reglas culturales. Acudimos aquí a nuestra narrativa favorita, la evolución, y vemos que desde el punto de vista evolutivo la cultura es una ayuda suplementaria a la del código genético que la naturaleza instila en los animales sociales, sobre todo en el humano, para que sepamos cómo vivir, qué cosas se pueden comer, qué cosas sirven para curar, de qué forma nos podemos apoyar en los demás para echar adelante, etc. En el caso del humano, que cuenta con las herramientas de las ideas y de las palabras, este conocimiento colectivo se almacena colectivamente en toda la comunidad, no tan sólo en los padres como en otros animales superiores, donde son los criadores los que preparan a la cría para la vida, y esa sabiduría acumulada es la que se manifiesta en la infinidad de normas sociales que hay en las comunidades humanas.

No pensemos en las normas sociales tan sólo como las de tipo protocolar o de formalidades, la obligación de celebrar una boda, la expectativa de que los pequeños obedezcan a los mayores, y no al revés, la división de roles entre los sexos o entre las edades, la obligación de defender a la comunidad de los peligros, la expectativa de respeto a las instituciones más establecidas, más veteranas, son todos tipos de normas de conducta que se nos transmiten a través de la cultura. Claro está que para entender cómo esta transmisión de normas funciona en la práctica, hay que tener en cuenta un rasgo muy característico del ser humano, que nace dándole una importancia extraordinaria a los ojos de los demás en uno, es decir, que necesita para vivir el sentir que los demás lo aprueban y le tienen estima por lo que hace, por eso es que se llama al ser humano el primate hipersocial, porque no puede vivir sin ese refuerzo de los demás. En conclusión, las normas morales que impone la cultura son variables y mudables, pero no son arbitrarias, son variables porque variable es el ambiente en el que el humano vive y una forma de vestir que era bien vista en una época puede dejar de serlo en otra.

Lo que siempre es permanente es que el vestido en el hombre, en el humano, es un mensaje que quiere transmitir a los demás sobre qué tipo de persona es y que para transmitir un mensaje usa la semántica de su época. Tenemos que concluir a base de lo que hemos discutido, que la cultura es una fuente inmensa de normas morales. El hecho de que una norma tenga un fundamento cultural, esto no la se vacía o meramente protocolar o simbólica, sino que la cultura es, en muchos casos, la voz de la naturaleza diciéndole a los humanos por dónde es mejor ir para vivir más y mejor.

Resumen. En momentos culturales de mucho individualismo, como el presente, hay una tendencia a reducir las normas morales a lo mínimo para no molestar a los demás, ya que no hay un proyecto de vida colectivo generalmente aceptado. Número 2. Ciertamente, la vida en sociedad impone muchas normas que son puramente arbitrarias, inmudables o efímeras.

Número 3. La cultura no es simplemente un contrato social, sino que en la evolución es la forma en la que la naturaleza ayuda al humano apoyarse en la sabiduría colectiva para encontrar las mejores formas de vivir. Y número 4. En conclusión, el que las normas morales sean mudables no las hace de menor valor para la vida que otras normas que ya tenemos impresas en nuestro DNA. Esas normas siguen siendo guía para vivir.

Los nuevos moralismos

La Modernidad trajo consigo una relativización de la moral. Por ser esta época una entronización de la individualidad, se hace más difícil afirmar que algo está mal o bien para todos.
Sin embargo, desde los 1990s están apareciendo unos nuevos moralismos, unas normas de carácter público, que imponen comportamientos como la tolerancia, o el respeto por los animales, o el respeto por las minorías.
Estos nuevos moralismos tienen, como los viejos sus propias inquisiciones, en las redes sociales; y se apoyan en un serio convencimiento de que son universalmente válidos.
¿Por qué ocurre algo así, que parece tan fuera de tiempo? ¿Un moralismo en pleno siglo 21? Es que los relativismo más acérrimos suelen tener un solo absoluto: que todo es relativo; que solamente cada persona decide lo que está bien para ella. Y es pecado el decir nada en contra de esta creencia. Y esto sí es un moralismo a la vieja usanza, con sus brujas y su cacería.

Excellence is not overperforming, but performing the most while keeping your place

Virtue in ancient Greek was “areté” a force to aim for excellence. Justice (“diké”) was the natural order of things. One could not survive without the other.
It made no sense to be excellent, as in Modernity, by specializing and, because of that, quiting your place in cosmos: by being a super-performer and abandoning your family or civil duties.
Excellence is not climbing to the highest social place, but performing the most you can from your position in live.
In liquid times, like Modernity, people who perform, consequently do climb. But this is an accident, not the essence of excellence.

¿Quién decide qué está bien o mal: Dios, los hombres o la Naturaleza?

¿Quién decide qué está bien o mal: Dios, los hombres o la Naturaleza?

¿Por qué decimos que una acción es buena o mala? Todas las explicaciones que se han dado en la Historia se reducen a tres: porque así lo decide  uno de estos tres árbitros: o 1) Dios, o 2) los hombres, o 3) la Naturaleza.

La mayoría de las religiones votan porque Dios decide lo que está bien. La Modernidad apostó que son los hombres quienes deciden esto. El catolicismo, junto con el mundo clásico, todavía apuestan a que lo bueno está inscrito en la Naturaleza.

La verdad ¿es objetiva o relativa?

La verdad de la mayoría de las ideas humanas es relativa, es decir, depende de las circunstancias, de otras verdades.
Sin embargo, cuanto más generales son las afirmaciones, menos relativas se hacen. Ejemplo de ideas generales son  “haz el bien y evita el mal”, “no matarás”.
Son pocas las verdades absolutas, pero, sin ellas, una comunidad humana no puede sobrevivir, porque son las que iluminan, sin llegar a determinarlas, todas las decisiones morales de las personas.

Why not to do something we can

Why not to do something we can

I n Modernity, as ‘making’ is the ultimate goal of humankind, it is difficult to put a limit on any production. This is why we have, for example,  developed weapons that can destroy our race, several times, when once is more than enough.
And now comes the turn of all the genetic manipulation that we can do: produce the dream baby for every woman , with pre-selected skin and eye color, and smile size.
But should we do it just because we can?
To prevent this, we must, previously, change our mentality, and acknowledge that  production is for living, not the other way around. But to dethrone ‘production’ we must finally dethrone ‘power’ as the ultimate measure of plenitude. And this would mean getting rid of Modernity, the lenses that, presently, we use to see the world.

no pienses en las consecuencias

No pienses en las consecuencias

La Modernidad, como una nueva forma de ver el mundo, implicó una nueva ética, un nuevo fundamento para decidir qué está bien o mal.
La ética moderna, por ser mecanicista, está basada en las consecuencias: los efectos de los comportamientos.
Pero éste no es un buen fundamentó: las conductas son buenas si se ajustan al orden natural. Olvídate de las consecuencias

¿Es moral maquillarse?

¿Es moral presentar una realidad más bonita de lo que en realidad es?
Un defecto de la Modernidad es el “reduccionismo”: pensar que la verdad de las cosas está lo que esas cosas son por dentro, en su “interioridad”. Y, tapar o pintar, esta interioridad es juzgado como ‘falta de autenticidad’.
Pero resulta que, la verdad de la cosas viene dada, no solo por sus componentes, sino sobre todo, por el “lugar” que ocupa la cosa en el Sistema, es decir, por el ‘papel’ que les ha tocado vivir. Para la mayoría de la mujeres, su verdad, su autenticidad, es maquillarse.