Liberalismo: en el corazón, no en la ley
El ideal liberal consiste en que cada uno viva su vida sin que nadie de fuera le diga si está bien o mal: casarse con quien sea, tener hijos solo si se quiere, tomar la substancia que quiera, etc.
Podemos intuir que hay algo de bueno que subyace en esta idea de defender un cierto auto gobierno personal.
Lo que, en mi opinión, no es bueno, es plasmar este ideal en leyes::regular nuevos tipos de matrimonios, o legalizar sustancias psicodélicas. Las leyes son, por definición, la plasmación por escrito de los ideales de una comunidad (no se mata, no se roba). Las leyes bregan con conductas “generales”, no concretas.
Y el liberalismo nace, precisamente, como una denuncia contra la limitación de esas normas generales: estas normas ideales no pueden recoger la variedad de matices que tienen los comportamientos concretos. Las leyes no sirven para valorar toda la complejidad del comportamiento humano. Sin embargo, esta complejidad ha de considerarse para hacer Justicia en cada caso. Aquí descansa la validez del planteamiento liberal.
Pero si se pretende LEGISLAR el liberalismo, se le mata, por contradicción. Si tratamos de expresar como leyes todas las conductas “alternativas” a las ideales (distintos tipos de uniones maritales o de substancias permitidas), matamos lo liberal del liberalismo.
No matemos lo bueno de este ideal. Dejemos que las leyes se usen para marcar las conductas ideales (“preferimos que en nuestro pueblo los matrimonios no se divorcien”) y dejemos las conductas reales como parte de la vida social, no de sus leyes.